¿Cuántas veces nos
hemos mirado al espejo y hemos desviado la atención en el granito o en el pelo
indeseable? ¿Cuántas veces hemos buscado la aprobación de los demás para
sentirnos cómodos? Sin darnos cuenta de que la única opinión que debería
importarnos es la nuestra. Buscar la aprobación ajena no hace más que
entristecernos. Cada uno tenemos una percepción diferente de lo bello, por lo
tanto las opiniones serán variadas y a veces, críticas, dañinas y poco
constructivas. Hay personas que debido a sus propios complejos intentarán
crearnos a nosotros uno. Como si se tratase de una balanza en la que nadie
puede sentirse bien con uno mismo, si yo NO lo hago.
Muchas veces no nos paramos a pensar lo que decimos y mucho menos el daño que hacemos con frases o comentarios que para nosotros no tienen importancia. Deberíamos pararnos a pensar en la persona que tenemos delante, en cómo se siente. Creemos que sabemos más cosas de las que en realidad conocemos y ese es uno de los grandes errores que tenemos los humanos que no pensamos en lo hirientes que pueden ser nuestras palabras y la repercusión que pueden tener en las personas que nos rodean.
Estamos constantemente prestando atención a cosas que no tienen relevancia, como la adquisición de nuevas prendas cada temporada, el bolso de Gucci o los pañuelos de Prada.
En definitiva vivimos en una sociedad en la que valoramos más la clavícula de Kate Moss que las piernas de Adele.